2006
La génesis de Dulcinea es la invención
de don Quijote. A partir de un modelo basado en las novelas de caballerías
andantes, que le han hecho perder el juicio, don Quijote construye un personaje
necesario, que es la dama. La experiencia de los libros, pero sobre todo la
imaginación de don Quijote, forman parte del invento.
Cada vez que don Quijote se
encomiende a Dulcinea, su dama, adoptará un estilo retórico y antiguo. Dulcinea
no será nunca un amor real, sino un amor literario; de la misma forma que no
será en ningún caso un personaje que actúe, sino un personaje referido. Nunca
hablará ella, siempre nos la cuentan los demás, y la transformación es parte de
la conciencia de don Quijote, que le irá atribuyendo títulos (princesa, reina,
emperatriz de la Mancha…) y del resto de los personajes que rodean al
caballero, que le irán atribuyendo cualidades, modificando y destruyendo el
ideal.
PRIMERA PARTE: EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA (1605)
CAPÍTULO I
“Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre
a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra
cosa sino buscar una dama de quien enamorarse: porque el caballero andante sin
amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a sí: “Si
yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con
algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le
derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le
venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre
y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde, y
rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula
Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado
don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra
merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?” ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero
cuando hubo este discurso, y más cuando
halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar
cerca del suyo un tiempo anduvo enarmorado, aunque según se
entiende, ella jamás lo supo ni se
dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle
título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho
del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a
llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso: nombre, a su
parecer, músico y peregrino, y significativo, como todos los demás que a él y a
sus cosas había puesto.”
CAPÍTULO II
Luego volvía diciendo, como
si verdaderamente fuera enamorado: “Oh,
princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes
fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no
parecer ante la vuestra hermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro
sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”.
CAPÍTULO III
No se curó el harriero destas razones (y fuera mejor que se curara,
porque fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojó gran
trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto
el pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea, dijo:
-Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro
avasallado pecho se le ofrece: no me desfallezca en este primero trance vuestro
favor y amparo.(…)
-¡Oh, señora de la hermosura, esfuerzo y vigor del debilitado
corazón mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu
cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo.
CAPÍTULO IV
Ante una situación de injusticia:
(…)Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el
cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y
alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba
caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:
-Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la
tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte
tener sujeto y rendido a toda voluntad e talante a un tan valiente y tan
nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha; el cual como
todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el
mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó
el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a
aquel delicado infante.
(…) y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó
don Quijote la voz y con ademán arrogante dijo:
-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en
el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz
de la Mancha, la sin par
Dulcinea del Toboso.
(…)-Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena
señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como
significáis, de buena gana y sin apremio alguno, confesaremos la verdad que por
parte vuestra nos es pedida.
-Si os la mostrara –replicó don Quijote-, ¿qué hiciérades vosotros
en confesar una verdad tan notoria? La
importancia está en que sin verla lo
habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo
sois en batalla, gente descomunal y soberbia (…)
El mérito está en no haberla
visto. La propia definición convierte al personaje en necesario. Como Dios, que
al nombrarlo existe. Es como el mecanismo del Ser de Parménides, el Ser
absoluto, que es o no es. Por fuerza tiene que existir, porque el atributo de
la perfección no deja lugar al “no ser”. Dulcinea, que es perfecta a los ojos
de don Quijote, tampoco puede carecer de la perfección de existir, y todos los
que le rodean tienen la obligación de acatarla, a ella y a su perfección.
-Señor caballero –replicó el mercader- suplico (…) que vuestra
merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño
como un grano e trigo; que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con
esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun
creo que estamos ya tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es
tuerta de un ojo, y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo
eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
-No le mana, canalla infame –respondió don Quijote encendido en
cólera-; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones;
y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero
¡vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad
como es la de mi señora!
CAPÍTULO V
Si algo caracteriza el modo de
actuar de don Quijote, es la vida que aparece en la Literatura, si algo se ha
hecho en los libros, es válido. El género de las novelas de caballeros
andantes, es la verdad, y en ese escenario don Quijote ha creado un ser que
prácticamente es Divino, en tanto que Dulcinea encarna el ideal de dama, la
dama que debe ser. A mi modo de ver, don Quijote hace algo similar a lo que
hace la Iglesia, en el sentido de que todo lo que los demás hagan contra su
modo de entender la vida, es herético. Casi un “como vayas contra mí, te machaco.
E ir contra mí no es otra cosa que ir contra mis ideas, porque mis ideas son mi
absoluto”.
Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún
paso de sus libros (…) y así, con muestra de grande sentimiento, se comenzó
a volcar por la tierra, y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen
decía el herido caballero del bosque:
-¿Dónde estás, señora mía,
Que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
O eres falsa y desleal.
CAPÍTULO VIII
El estilo retórico y rimbombante
del don Quijote que se encomienda a Dulcinea, es además medieval, porque es
cuando se pone “estupendo”, el momento en que más vivamente se remite a los
libros que han causado su locura.
Hablando con la
señora del coche:
-(…) sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero
andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso;
y en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que
volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis
lo que vuestra libertad he fecho.
Y en su lucha con
el vizcaíno, se encomienda a Dulcinea:
-¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a
este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este
riguroso trance se halla!
CAPÍTULO IX
Cuando el narrador se refiere a
Dulcinea es por boca de otros, y estas referencias son datos con un alto grado
-si no de subjetividad- de no comprobabilidad, como es el hecho del comentario
hecho en el margen. El lío está servido, ¿de dónde viene esa información? Se
siembran dudas constantemente, porque en último término vienen del autor (eso
lo sabemos, aunque tengamos que separar al autor del narrador), que hace que el
lector se distancie de la historia de don Quijote.
Encuentra Cide Hamete una primera sorpresa:
-Está, como he dicho, aquí en
el margen escrito esto: “Esta Dulcinea
del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra
mujer de toda la Mancha”.
(…)
-Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que
me pedís; mas ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi
parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de
su voluntad.
Don Quijote sabe quién es
Aldonza, pero destruye a Aldonza en favor de Dulcinea. De este modo, Aldonza es
solamente un referente, en ningún caso un modelo. Más que una circunstancia, el
hecho de ser Aldonza Lorenzo, es un reflejo de la racionalidad profunda del
personaje de don Quijote, y yo lectora, lo tomo como una anécdota. Bien, Alonso
Quijano estuvo enamorado en una época de Aldonza, y ahora don Quijote se vale
de esa vivencia para enamorarse intencionadamente de Dulcinea. El caso es que
el amor no es un acto de voluntad, por lo tanto no puedo tomar ese amor como
real, sino como amor inventado.
CAPÍTULO XII
Según se encuentra aventuras, don
Quijote las lleva a su terreno, las acoge en su construcción. Todo elemento que
le viene bien, es rescatado y transformado para una nueva vivencia, que es en
primera instancia un nuevo capítulo de su propia novela de Caballerías. El caballero don
Quijote se convierte así de alguna forma en autor de su propia historia, o en
cualquier caso da pistas al narrador de lo que ha de escribir o contar, ahí
empieza a estar el libro dentro del libro, y la confusión que crea un personaje
que, sujeto a un Destino, se empeña en autodirigir sus actos y en dirigir los
de los demás para la consecución de sus deseos. Don Quijote se empeña en vivir
literariamente, en un mundo que de entrada no le es favorable, pero todo lo que
le rodea acaba siendo un embudo que absorbe los escenarios y los sucesos, y los
reconduce en aventuras verosímiles. He sentido en muchos momentos que los
campos de Montiel pudieran ser esos no
lugares de la época dorada de los caballeros andantes, porque me ha sido
difícil extraer el sentido paródico pretendido de las historias de algunos
capítulos, y he llegado a creer en el caballero.
Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero,
solicitó, por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro.
Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora
Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela.
Las sucesivas historias que ocurren acerca de
amoríos, que van siendo muchas y muy notorias, (Marcela y Grisóstomo, Cardenio
y Luscinda, Fernando y Dorotea, Basilio, Camacho y Quiteria…) se intercalan y
dan la posibilidad a don Quijote de medirlas con la perfección de su amor por
Dulcinea.
CAPÍTULO XIII
Hay cosas que no se sostienen por
el terror. Don Quijote tiene sus normas, de tal forma que al toparse con
contradicciones, simplemente las arregla a su modo y criterio.
Ocurre en este tiempo de Cervantes,
que no se podía decir todo lo que uno pensaba, por lo tanto nunca acabaremos de
conocer las verdaderas ideas de éste, pero sí tenemos indicios (los que él nos
da a entender) mediante el recurso de lo que dicen otros, lo que otros hablan;
que hacen que lo distanciemos del pensamiento oficial.
Don Quijote es una especie de
religión distinta, que se contrapone a la religión oficial. Es imposible que no
se meta en líos, de ahí que se interpongan mensajeros y haya fuentes (los
Anales de la Mancha por ejemplo, antes de que aparezca Cide Hamete) que nos
cuenten las cosas. No olvidemos que en un momento determinado, Cide Hamete se
queda sin material y después descubre unos documentos (parece que casi le caen
del cielo) que tiene que traducir un “morisco aljamiado”, que no se acaba de
saber si es quien escribe en el margen (con la consiguiente subjetividad del
que entiende la historia desde un punto de vista que no es el ortodoxo). De
este modo se enmaraña la historia, de tal forma que el autor no se hace responsable
de nada. Siento nombrar al autor, que nada debería pintar en esta historia,
pero me ha sido muy difícil separarlo de su creación –aunque creo haberlo
conseguido en la última parte-. Por otra parte me parece apasionante la carga
subversiva del libro, la muestra de que las críticas podrían ser suyas, sin la
libertad de hacerlas él, o con la libertad de que sean otros los que las hacen.
La descripción de Dulcinea
responde a la de la dama de buen linaje, la de los poetas del siglo XII. De
nuevo don Quijote regresa a la época en que el canon de belleza era el de la
mujer que no se ponía al sol (aunque ese ideal haya perdurado muchos siglos).
Pero ese “ser un invento”, la
convierte en perfecta. Habla de “su calidad” y de “quiméricos atributos” que
vienen en ella a hacerse posibles. Es muy interesante esto, y nuevamente me
lleva a la idea de que don Quijote no asegura, sino que supone, porque el
nacimiento de Dulcinea tiene lugar en su mente (y él nos da constancias de
saberlo), así que otra vez ese ser perfecto, no puede tener la imperfección de
la inexistencia.
También es interesante que tras
la negación de todos los linajes, don Quijote se inventa el suyo, y es mediante
la negación, que afirma el origen de Dulcinea, porque no puede, no debe mentir,
y tampoco es consecuente con la historia, que el caballero desconozca el linaje
al que pertenece su tan alta dama.
Dice el
caminante:
-(…) pero una cosa, entre otras muchas me parece muy mal de los
caballeros andantes, y es que, cuando se ven en ocasión de acometer una grande
y peligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca
en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada
cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a
sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios; cosa que me
parece que huele algo a gentilidad.
-Señor –respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna
manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya
está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante
que al acometer algún gran fecho de armas tuviese su señora delante, vuelva a
ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y
ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a
decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende;
y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender
por esto que han de dejar de encomendarse a Dios; que tiempo y lugar les queda
para hacerlo en el discurso de la obra.
(…) digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama,
porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al
cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se
halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin
ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró
en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas,
como salteador y ladrón.
(…)
En el párrafo que sigue, no sólo no puede
afirmar don Quijote si ella está conforme o no con su amor, sino que ni
siquiera puede decir que ella lo sabe. Imaginemos a Aldonza Lorenzo (aunque
ésta no es Dulcinea), en el Toboso, completamente ignorante de que alguien la
ha tomado como referente. Porque aclara después que es el mundo quien sabe que
él la sirve. Es más, ni siquiera se deja constancia de que Aldonza supiese del
amor profesado por Alonso Quijano, que era de carácter platónico.
-Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el
mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto
comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un
lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es
reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que
los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos,
sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios
corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus
manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la
honestidad son tales, según yo pienso y
entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no
compararlas.
-El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber –replicó Vivaldo.
-No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los
modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesones de Cataluña, ni
menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia, Palafoxes, Nuzas, Rocabertis,
Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón, Cerdas,
Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y Meneses de
Portogal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal,
que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros
siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso
Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando (…)
Con gran atención iban escuchando los demás la plática de los dos
(…). Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él
quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo
era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre
ni tal princesa había llegado jamás a su noticia (…)
CAPÍTULO XVI
Don Quijote tiene algo también de
algunos caballeros andantes, en su velada promiscuidad. En este pasaje, viene a decir “si no hubiera
esto de por medio…”. Si yo no me hubiera cerrado la puerta… El compromiso que
tiene con Dulcinea es unilateral, es un compromiso propio. No es exactamente
por Ética por lo que actúa, sino más bien por la propia consecuencia con su
naturaleza. Él se ha creado a sí mismo,
un personaje al que se debe moralmente.
En el siguiente párrafo, que es el del primer
episodio con Maritornes (personaje opuesto a Dulcinea, por cierto; ni bella, ni
pura), hay una cierta vanidad por parte de don Quijote, que es la de creer que
la asturiana desea tener relaciones con él. Y además hay una doble confusión,
la cuestión de la fidelidad a algo que no puede corresponderle, si al menos
Dulcinea fuese un personaje real…
-Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder
pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me
habedes fecho; pero ha querido la
fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho,
donde yago tan molido y quebrantado, que, aunque de mi voluntad quisiera
satisfacer a la vuestra, fuera imposible. Y más, que se añade a esta
imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par
Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si
esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara
pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto.
CAPÍTULO XX
Imagina que muere heroicamente, y
es fundamental que Dulcinea lo sepa, porque es importante que las historias del
caballero andante salten a la gloria. El caballero necesita la Fama, en cierta
medida ésa es su razón de ser.
-Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta
nuestra edad del hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como
suele llamarse.(…) Así que aprieta un poco las cinchas a Rocinante, y quédatae
a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más, en los cuales si no volviere,
puedes tú volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena
obra, irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su
cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder
llamarse suyo.
CAPÍTULO XXII
Y llamando a los galeotes, que andaban alborotados, y habían
despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la
redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:
-De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y
uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígalo porque ya
habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis
recebido; en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa
cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la
ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y
le digáis que su caballero el de la Triste Figura se le envía a encomendar, y
le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta
poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes,
a la buena ventura.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:
-Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es
imposible de toda imposibilidad cumplirlo, poque no podemos ir juntos por los
caminos, sino solos y divididos (…). Lo que vuestra merced puede hacer, y es
justo que haga, es mudar ese servicio y
montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y
credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y ésta es
cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en
guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a
tomar nuestra cadena, y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora
de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir
peras al olmo.
Los galeotes acaban de destruir la verdadera
función de Dulcinea, con esa chapuza de remedio.
CAPÍTULO XXIII
Don Quijote hace ejercicios de
crítica literaria. Literariamente no juzga bien esas obras, pero sí les otorga
el valor del espíritu.
-Luego ¿también –dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de
trovas?
-y más de lo que tú piensas –respondió don Quijote-, y veráslo cuando
lleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi señora Dulcinea del
Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros
andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; que estas
dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a los enamorados
andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen más de
espíritu que de primor.
Se hace presente un mecanismo
cervantino, que es hablar con énfasis sobre algo, para deshacer luego el efecto.
CAPÍTULO XXV
Entre ceja y ceja se le mete a
don Quijote que tiene que hacer locuras, y de éstas, las más locas, en su
incesante afán de superación. Aunque las sabe actitudes reprobables, aparecen
en los libros, y con esto es suficiente para tener la licencia de hacerlas.
-En efeto –dijo Sancho-, ¿qué es lo que vuestra merced quiere hacer
en este tan remoto lugar?
-¿Ya no te he dicho –respondió don Quijote- que quiero imitar a
Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar
juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de
que Angélica la bella había cometido vileza con Medoro; de cuya pesadumbre se
volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes,
mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas,
y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura? Y,
puesto que yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando (…) haré el
bosquejo, como mejor pudiere, en las que me pareciere ser más sesnciales. Y
podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin
hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como
el que más.
-Paréceme a mí -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal hicieron
fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias;
pero vuestra merced, ¿qué causa tiene para volverse loco? ¿Qué dama le ha
desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora
Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano?
-Ahí está el punto, y ésa es la fineza de mi negocio; que volverse
loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está
desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado? Cuanto más, que
harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía
Dulcinea del Toboso; que, como ya oíste decir a aquel pastor de marras,
Ambrosio, quien está ausente todos los
males tiene y teme. Así, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme que
deje tan rara, tan felice y tan no vista imitación. Loco soy, loco he de ser
hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso
enviar a mi señora Dulcinea; y si fuere tal cual a mi fe se le debe acabarse ha
mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras, y ,
siéndolo, no sentiré nada. Ansí que de cualquiera manera que responda, saldré
del conflito y trabajo en que me dejares, gozando el bien que me trajeres, por
cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares, por loco. (…)
-Éste es el lugar ¡oh cielos! Que diputo y escojo para llorar la
desventura en que vosotros mesmos me habéis puesto. (…) ¡Oh Dulcinea del
Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de
mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle, que
consideres el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con
buen término correspondas al que a mi fe se le debe (…)
Ahí deja don Quijote claro quién
es el motor de Dulcinea, quién es Aldonza Lorenzo y de dónde viene, nombrando a
sus padres. Lo reconoce, lo sabe, pero la niega como personaje real, obviando
que es alguien que hace cosas. Porque llamarla labradora, es en verdad una
manera de deshacer la historia. Es Sancho el que nos descubre quién es Aldonza,
o cómo es verdaderamente. Sancho nos lo dice todo de ella, generando un diálogo
con don Quijote que no deja lugar a dudas, y en el que el “debe ser” y el “es
así” se nos hacen evidentes.
-La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que en viéndola mi
sobrina, no pondrá dificultad en cumplilla. Y en lo que toca a la carta de
amores, pondrás por firma: “Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste
Figura” Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé
acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida no ha visto letra
mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos,
sin extenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto, tan de cuando en
cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más
que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro
veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la
una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo
Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado.
-¡Ta, ta! –dijo Sancho-. ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la
señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?
-Ésa es –dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo
el universo.
-Bien la conozco –dijo Sancho- y sé decir que tira tan bien una
barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza
de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del
lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora!
¡Oh, hi de puta, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día
encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un
barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la
oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es
nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace
mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no
solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con
justo título puede desesperarse y ahorcarse, que nadie habrá que lo sepa que no
diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya
verme en camino, sólo por vella, que ha muchos días que no la veo, y debe de
estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al
campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don
Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia; que pensaba bien y
fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra
merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes
que vuestra merced le ha enviado, así el del vizcaíno como el de los galeotes,
y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que
vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero.
Pero bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo,
a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas
delante della los vencidosque vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque
podría ser que al tiempo que ellos llegasen estuviese ella rastrillando lino o
trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y
enfadase del presente.
-(…) así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso,
tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas
que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es
verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias,
las Dianas, las Galateas, las Fílidas, y otras tales de que los libros, los
romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están
llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquellos que las
celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen,
por dar subjeto a sus versos, y porque los tengan por enamorados y por hombres
que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y creer que la
buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje, importa
poco; que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo
me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has e saber,
Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar, más que otras; que
son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan
consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa, ninguna le iguala; y en la
buena fama, y pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo
que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como
en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra
alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o
latina. Y diga cada uno lo que quisiere,
que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los
rigurosos.
Don Quijote dice que las comedias
no eran más que invenciones, ¿y debo yo suponer que está separando el mundo
literario del real en un acto de voluntad? “Y píntola en mi imaginación como la
deseo”.
“Y diga cada uno lo que quisiere, que si por
esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos”,
dice don Quijote. Esta frase me remite a otra que el amigo jovial dice a
Cervantes en el prólogo de esta primera parte del Quijote; “porque ya que os
averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribisteis”,
porque en fin, hablar es gratis, y la creación literaria debe ser un ejercicio
en libertad. Pues bien, don Quijote, está así “escriviviendo” su historia, como
hemos visto en clase, “yo me lo invento, y qué más da”.
CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO
“Soberana y alta señora:
“El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del
corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si
tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en
mi afincamiento, Maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en
esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho
te dará entera relación ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía! Del modo que por
tu causa quedo; si gustares de acorrerme tuyo soy; y si no, haz lo que te
viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi
deseo.
Tuyo hasta la muerte,
EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA
CAPÍTULO XXVI
Algo de poesía que viene a animar la obra:
Árboles, yerbas y plantas
Que en aqueste sitio estáis,
Tan altos, verdes y tantas,
Si de mi mal no os holgáis,
Escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
Aunque más terrible sea;
Pues, por pagaros escote,
Aquí lloró don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
Es aquí el lugar adonde
El amador más leal
De su señora se esconde,
Y ha venido a tanto mal
Sin saber cómo o por dónde.
Tráele amor al estricote,
Que es de muy mala ralea;
Y así, hasta henchir un pipote,
Aquí lloró don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
Buscando las aventuras
Por entre las duras peñas,
Maldiciendo entrañas duras,
Que entre riscos y entre breñas
Halla el triste desventuras.
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa;
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
Y momentos cómicos:
-Por Dios, señor Licenciado, que los diablos lleven la cosa que de
la carta se me acuerda; aunque en el principio decía: “Alta y sobajada señora”.
-No diría –dijo el Barbero- sobajada, sino sobrehumana, o soberana
señora.
-Así es –dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía…, si
mal no me acuerdo: “el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra
merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa” y no sé qué decía de salud
y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa
en “Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura”.
CAPÍTULO XXX
Quijotización estratégica de Sancho.
Don Quijote le atribuye poder a Dulcinea, que
es el poder de su creación, y le otorga la escala de valores que le introduce
ésta en sí mismo. En este sentido, debe ser algo parecido lo que les ocurre a
los creyentes. El creyente pone a su Dios por encima de sí, para que le dé
fuerzas y para tener un referente moral. De esta forma se desase de la
responsabilidad de los propios actos y después siempre podrá confesarse. Sé que
esto es discutible, y no es mi pretensión juzgar al creyente, sólo explicar
cómo he entendido el amor ideal de don Quijote por Dulcinea.
En cierto modo, Dulcinea es alguien o algo que
crea unas normas (mentira, las normas las crea don Quijote para personificarlas
–o “personajeficarlas”- en ella, y a su vez mentira porque las normas están
tomadas en buena medida de las normas preestablecidas en los libros de
Caballerías), pero a donde quiero llegar es a que Dulcinea es una construcción
del propio ser que le despoja y al que traspasa la responsabilidad de sus
actos. Don Quijote adquiere la fuerza de su construcción, que es Dulcinea.
En un sentido similar, en Arquitectura, existen
dos escalas, que son la humana y la monumental. Así, una puerta a escala humana
tendrá las dimensiones necesarias para pasar y asomarse, mientras que la puerta
de una Catedral tiene unas dimensiones gigantes, porque está referida a Dios.
Los actos de don Quijote están en el plano de la escala literaria, que es la
escala monumental, en tanto que se refieren a un orden superior; mientras que
los de Sancho son actos de escala humana, que tienen que ver con lo cotidiano.
Don Quijote discrimina la vida real y vive la literaria, y los actos que lleva
a cabo para mayor gloria y por su dama –o para mayor gloria de su dama-, no son
los propios del mundo que le rodea. Espacialmente, imaginaba a veces mientras
leía el Quijote, a Sancho recorriendo los campos o los caminos (que están a
escala humana porque son los que ha creado el hombre) sobre su Rucio, y a don
Quijote paralelamente al lomo de un Rocinante con facultades de Pegaso, volando en un camino aéreo imaginario.
Al dirigirse a un discreto lector, se le
infunde a éste la capacidad de analizar, quizás por eso es tan difícil saber lo
que dice Cervantes. Es difícil que el lector separe lo que hacen o dicen los
personajes de lo que piensa el autor, y más cuando en nuestra formación hemos
imaginado a Cervantes tan vivamente, escribiendo en ese espacio en penumbra las
páginas del Quijote.
A Dorotea:
-Y después de habérsela tajado y puestos en pacífica posesión de
vuestro estado, quedará a vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que más
en talante os viniere; porque mientras que yo tuviere ocupada la memoria y
cautiva la voluntad, perdido el entendimiento, a aquella… y no digo más, no es
posible que yo arrostre, ni por pienso, el casarme, aunque fuese con el ave
fénix.
Parecióle tan mal a Sancho lo que últimamente su amo dijo acerca de
no querer casarse, que, con grande enojo, alzando la voz, dijo:
-Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don
Quijote, cabal juicio: pues ¿cómo es posible que pone vuestra merced en duda el
casarse con tan alta princesa como aquésta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la
fortuna tras cada cantillo semejante ventura como la que ahora se le ofrece?
¿Es, por dicha, más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni aun la
mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante.
Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a
pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole yo a Satanás, y
tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego,
siquiera se lo lleve el diablo todo.
Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora
Dulcinea, no lo pudo sufrir; y, alzando el lanzón, sin hablalle palabra a
Sancho y sin decirle esta boca es mía, le dio tales dos palos, que dio con él
en tierra (…)
-¿Pensáis –le dijo a cabo de rato-, villano ruin, que ha de haber
lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser
errar vos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin
duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. Y ¿no sabéis vos,
gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi
brazo, que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua
viperina, y ¿quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a este
gigante, y héchoos a vos marqués (que todo esto doy ya por hecho y por cosa
pasada en cosa juzgada), si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por
instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y
respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois
desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de
título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!
CAPÍTULO XXXI
A cada respuesta, se va
construyendo una Dialéctica, que Sancho lleva a lo terreno, y don Quijote se
empeña en elevar. Sancho está inventando también, porque lo que contrapone a las
tesis de su amo no son verdades. Me da la sensación de que la historia que
crean, es un castillo de naipes, susceptible de desmoronarse en cualquier
momento, el de Sancho Panza, es igual de fantástico pero a la medida de los
ideales posibles de su cultura. Los bienes son otros, pero Sancho sigue
creyendo en las quimeras. Sancho se quijotiza, pero según su manera de ser.
Villano e hidalgo, aportan sus puntos de vista.
En el ideal de la fama de don
Quijote, encuentro paralelismo con la honra de los samuráis, que es la propia
de aquél que tiene una única forma de vida, y que guía la conducta de clase. La
supervivencia del samurai radica en ese “no salirse de su clase”.
La Honra de Dulcinea es también
tener pretendientes, que la adoran por ser ella quien es. Esto tiene que ver
con el ideal de que las cosas se hacen porque se tienen que hacer. Los desdenes
de ella hacia los otros caballeros, no dejan de ensalzarla.
-Todo esto no me descontenta; prosigue adelante –dijo don Quijote-.
Llegaste ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la
hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo,
para este su cautivo caballero.
-No la hallé –respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas e trigo
en un corral de su casa.
-Pues haz cuenta que los granos de aquel trigo eran granos de
perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal o
trechel?
-No era sino rubión –respondió Sancho.
-Pues yo te aseguro –dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos,
hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi
carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal
carta, o qué hizo?
-Cuando se la iba a dar, ella estaba en la fuga del meneo de una
buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: “Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal; que no
la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está”
-¡Discreta señora! –dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla
despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho. Y en tanto que estaba en su
menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le
respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
-Ella no me preguntó nada; mas yo le dije de la manera que vuestra
merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura
arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el
suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando, y
maldiciendo su fortuna.
-En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal; porque antes la
bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de
merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
-Tan alta es –respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí
más de un coto.
-Pues ¿cómo Sancho? –dijo don Quijote-, ¿Haste medido tú con ella?
(…) cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una
fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre?
(…)
-Lo que sé decir –dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo
hombruno; y debía ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo
correosa.
(…)tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo;
porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo,
aquel ámbar desleído. (…)¿Qué hizo cuando leyó la carta?
-La carta no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir;
antes la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a
nadie, porque no se supiesen en el lugar
sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor
que vuestra merced le tenía (…) Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra
merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseos de verle que
de escribirle (…) Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome
que sí, y que era un hombre muy de bien (…)
-Todo va bien hasta agora –dijo don Quijote-. Pero dime: ¿qué joya
fue la que te dio al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque
es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los
escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a
ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su
recado.
-Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso
debió de ser en los tiempos pasados: que ahora sólo se debe de acostumbrar a
dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea,
por las bardas de un corral, cuando della me despedí: y aun, por más señas, era
el queso ovejuno.
-Dígote, Sancho –dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que
habré de tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la Princesa que a ver a
Dulcinea. Y avísote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros
vienen, de lo que aquí hemos departido y tratado, que pues Dulcinea es tan
recatada, que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo, ni
otro por mí, los descubra.
-Pues si eso es así, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que
vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto
firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? (…)
-¡Oh, qué necio y qué simple eres! –dijo don Quijote-. ¿Tú no ves,
Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que
en este nuestro estilo de caballería es
gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que
se extiendan más que pensamientos que a servilla por
sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio que sus muchos y buenos deseos
sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.
(…)
Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ella estaba
cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto
que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en
toda su vida.
CAPÍTULO XLIII
Don Quijote en este pasaje se
delata, porque habla de Dulcinea como “idea
de todo lo provechoso”
-¡Oh, mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin
y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la
honestidad, y, ultimadamente, idea de
todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! Y ¿qué fará
agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo
caballero, que a tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido
ponerse? Dame tú nuevas della, ¡oh, luminaria de las tres caras! Quizá con
envidia de la suya la estás ahora mirando, que, o paseándose por alguna galería
de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algún balcón, está
considerando cómo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta
que por ella este mi cuitado corazón padece, (…) Y tú, sol, que ya debes estar
apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así
como la veas, suplícote que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla
y saludarla no le dés paz en el rostro; que tendré más celos de ti que tú los
tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los
llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo; que no me acuerdo bien por donde
corriste entonces celoso y enamorado.
CAPÍTULO XLVI
El barbero se
refiere a la blanca paloma tobosina.
CAPÍTULO LII
-El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias
que éstas está sujeto (…)
IN LAUDEM DULCINEAE DEL TOBOSO
Soneto
Ésta que veis de rostro amondongado,
Alta de pechos y además brioso,
Es Dulcinea, reina del Toboso,
De quien fue el gran Quijote aficionado.
Pisó por ella el uno y otro lado
De la gran Sierra Negra, y el famoso
Campo de Montiel, hasta el herboso
Llano de Aranjuez, a pie y cansado.
Culpa de Rocinante. ¡Oh dura estrella!
Que esta manchega dama, y este invito
Andante caballero, en tiernos años,
Ella dejó, muriendo, de ser bella;
Y él, aunque queda en mármoles escrito,
No pudo huir, de amor, iras y engaños.
Nos retratan a una Dulcinea que
está hecha una piltrafa, con el rostro amondongado, pero en una divertida
contraposición le conceden el alto pecho, indicio de que algo conserva. Es el
“aunque sucede algo malo aún puede vislumbrarse algo bueno”, y me parece muy
poética la deliciosa decadencia.
DEL TIQUITOC, ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA, EN LA SEPULTURA DE
DULCINEA DEL TOBOSO
Epitafio
Reposa aquí Dulcinea;
Y, aunque de carnes rolliza,
La volvió en polvo y ceniza
La muerte espantable y fea.
Fue de castiza ralea,
Y tuvo asomos de dama;
Del gran Quijote fue llama,
Y fue gloria de su aldea.
SEGUNDA PARTE: EL INGENIOSO CABALLERO DON QUIJOTE DE LA MANCHA (1615)
CAPÍTULO III
Aquí veo cierta tendencia por
parte de don Quijote a la promiscuidad.
Pensativo además quedó don Quijote (…) Temíase no hubiese tratado
sus amores con alguna indecencia, que redundase en menoscabo y perjuicio de la
honestidad de su señora Dulcinea del Toboso; deseaba que hubiese declarado su
fidelidad y el decoro que siempre la había guardado, menospreciando reinas,
emperatrices y doncellas de todas calidades,
teniendo a raya los ímpetus de los naturales movimientos, y así, envuelto y revuelto en estas y otras
muchas imaginaciones, le hallaron Sancho y Carrasco, a quien don Quijote
recibió con mucha cortesía.
(…)
-Si por buena fama y si por buen nombre va –dijo el Bachiller-,
sólo vuestra merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; (…) la
honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi
señora doña Dulcinea del Toboso.
-Nunca –dijo a este punto Sancho Panza- he oído llamar con don a mi
señora Dulcinea, sino solamente la señora Dulcinea del Toboso, y ya en esto
anda errada la historia.
También me parece significativo
el carácter de las puntualizaciones de Sancho, que en algunos casos son
absolutamente pueriles, “Sansón Carrasco, no te equivoques, no la llames doña
tú, o no creas que es doña porque los demás así la llaman, que siempre ha sido
señora Dulcinea del Toboso”. Francamente poco importa este “doña” en la
consecución de la historia, pero si alguien ha de observar este cambio, no
puede ser otro que Sancho, que repara en esta clase de detalles.
CAPÍTULO IV
Don Quijote pide al Bachiller
Sansón Carrasco que componga versos a Dulcinea, quizás para que el sabio
historiador que le sigue las transcriba.
Dicho esto, rogó al Bachiller que, si era poeta, le hiciese merced
de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de su
señora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cada verso
había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de los versos,
juntando las primeras letras, se leyese: Dulcinea del Toboso.
CAPÍTULO VIII
“Lector, olvídate de Avellaneda”, me dice don
Quijote, que sabe que anda en los libros, pero él no distingue lo que dice Cide
Hamete de lo que escribe Avellaneda, en cualquier caso aniquila o anula así los
inventos de los malos.
Pasa que a Cervantes le ha venido
muy bien la existencia de Avellaneda, y encuentro divertido el hecho de que
ahora es él quien tiene un sabio enemigo que trata de desacreditarle, un sabio
enemigo al cual atribuirle las mentiras. Acaso por esta razón es esta segunda
parte del Quijote tan dialéctica.
(…) los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que
desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su
escudero; persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del Ingenioso
Hidalgo, y pongan los ojos en las que están por venir, que desde agora en el
camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron el campos de Montiel.
(…)
-Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más oscuridad
de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde
tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la
bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea; con la cual licencia pienso
y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a toda peligrosa aventura,
porque ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que
verse favorecidos de sus damas.
(…)
-¡Que todavía das, Sancho –dijo don Quijote-, en decir, en pensar,
en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba trigo (…) si por ventura
ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras,
mezclando con una verdad mil mentiras (…)
(…) En fin, otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del
Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote, y se le
entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la
había visto (…)
CAPÍTULO IX
-Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la
hallemos despierta.
-Tú me harás desesperar, Sancho (…) ¿no te he dicho mil veces que
en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás
atravesé los umbrales de su palacio, y
que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y
discreta?
(…)
-No se atenga a eso, señor –respondió Sancho-; porque le hago saber
que también fue de oídas la vista y la respuesta que le truje; porque así sé yo
quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.
-Sancho, Sancho, tiempos hay de burlar, y tiempos donde caen y
parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la
señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto,
siendo tan al revés como sabes.
Es esperpéntico, una caricatura
deformada, sólo está enamorado de oídas. Sancho intenta librarse también de su
responsabilidad en el engaño sobre la entrega de la carta, pero don Quijote
cree lo que quiere creer “yo lo he dicho, no me imites” es la actitud que toma.
CAPÍTULO X
(…) vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras
sobre tres pollinos, o pollinas (…)
Esto es gracioso y le da
realismo, si eran pollinos o pollinas, porque poco importa en efecto el sexo
del burro, pero se convierte en un nuevo punto de investigación, que le aporta
interés a la lectura
(…) buenas nuevas traes.
-Tan buenas –respondió Sancho-, que no tiene más que hacer vuesa
merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del
Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced.(…) y verá
venir a la Princesa nuestra ama vestida y adornada; en fin, como quien ella es
(…) los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol
que andan jugando con el viento; y, sobre todo, vienen a caballo sobre tres
cananeas remendadas, que no hay más que ver.
La descripción de Sancho es paródica, porque
cuenta precisamente todo lo que no es.
-Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y
grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talente al cautivo
caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin
pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia. Yo soy Sancho Panza su
escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado
por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.
(…)
-Apártese nora en tal del camino, y déjenmos pasar; que vamos de
priesa.
(…)
-Levántate, Sancho –dijo a este punto don Quijote-: que ya veo que
la Fortuna, de mi mal no harta, (…) ha mudado y transformado tu sin igual
hermosura y rostro en el de una labradora pobre (…)
-A ese lunar –dijo don Quijote-, según la correspondencia que
tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en
la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro; pero muy
luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado.
Sancho construye así historia,
porque a partir de ahora todo cambia. El encantamiento de Dulcinea le da una
nueva misión a don Quijote, ahora debe recobrar fuerzas para hacer algo, que es
“recuperar” a Dulcinea, o más bien al ideal de Dulcinea.
CAPÍTULO XI
La forma de quijotización
expresiva de Sancho adquiere mayor fuerza con las equivocaciones y las
meteduras de pata. Las descripciones desatinadas de Sancho, que mal dice “ojos
de perlas”, como mal podría decir “dientes de topacios” y quedarse tan ancho.
Dice don Quijote: (…) mas, con todo esto, he caído, Sancho, en una
cosa, y es que me pintaste mal su hermosura; porque, si mal no me acuerdo,
dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen perlas antes son
de besugo que de dama; y a lo que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes
esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven de cejas; y esas
perlas quítalas de los ojos y pásalas a los dientes; que sin duda te trocaste,
Sancho, tomando los ojos por los dientes.
CAPÍTULO XIV
Sansón Carrasco es en este
momento el Caballero del Bosque, o Caballero de los Espejos, y como tal
necesita una dama. ¿Y qué hace el Bachiller? La construye en paralelo a la
creación de la Dulcinea de don Quijote. Y si ésta era Dulcinea, la de Sansón es
Casildea, y si Dulcinea era de algún sitio, Casildea no iba a ser menos; pues
de otro. Lo cierto es que el nombre Casildea de Vandalia es muy bonito, y en él
veo a Sansón Carrasco imaginando y creando, a la manera de don Quijote. Me
encanta el personaje de Sansón, me gusta pensar que además del motor que lo
mueve, que es liberar (o secuestrar) a don Quijote y llevárselo a casa, siente
un cierto apasionamiento enfundándose en un traje de caballero, y hablando como
ellos hablan, y viviendo y jugando y moviendo a don Quijote. Moviéndome al fin
a mí, lectora, y haciendo de esta aventura y la siguiente que se verá en la
playa de Barcelona, las favoritas del libro.
Cuando cae el de los Espejos, no
hace otra cosa que acongojarse y ceder, y menospreciar así la memoria de la
breve Casildea, pero aún así, Sansón Carrasco sigue siendo Sansón Carrasco, y
hasta este momento que bien podría ser el último de su vida, no deja de tener
guasa e introduce la cuña irónica de las barbas de su Casildea de Vandalia.
Dice el Caballero del Bosque:
-Finalmente, señor caballero, quiero que sepáis que mi destino o,
por mejor decir, mi elección, me trujo a enamorar de la sin par Casildea de Vandalia.
Llámola sin par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo como en el
extremo del estado y de la hermosura (…) ella sola es la más aventajada en
hermosura de cuantas hoy viven.
Y prosigue:
(…) tiene por señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso,
llamada Aldonza Lorenzo; como la mía, que por llamarse Casilda y ser de la
Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia.
CAPÍTULO XIV
-Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea
del Toboso, se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de
esto habéis de prometer (si de esta contienda y caída quedárades con vida) de
ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que
haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra,
asimismo habéis de volver a buscarme (que el rastro de mis hazañas os servirá
de guía, que os traiga donde yo estuviere) (…)
-Confieso –dijo el caído caballero- que vale más el zapato
descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas,
aunque limpias de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la
vuestra, y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.
CAPÍTULO XVI
-Todo es artificio y traza –respondió don Quijote- de los malignos
magos que me persiguen (…) Para prueba de lo cual, ya sabes, ¡oh Sancho! Por
experiencia que no te dejará mentir ni engañar, cuán fácil sea a los
encantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo
feo hermoso, pues no ha dos días que viste por tus mismos ojos la hermosura y
gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entera y natural conformidad, y yo
la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, con cataratas en los ojos
y con mal olor en la boca (…)
-Dios sabe la verdad de todo –respondió Sancho-.
Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza
y embeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo, pero no le quiso
replicar, por no decir alguna palabra que descubriese su embuste.
“Mejor me callo, porque este hombre
(don Quijote) es imprevisible. Cuando quiere ver maravillas las ve, y cuando le
viene en gana ve el realismo de la realidad”, debe pensar Sancho, incapaz de
reconducir la locura de su amo.
CAPÍTULO XVIII
Halló don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de
aldea; las armas empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la
calle (…) y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron
las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y suspirando, y sin mirar
lo que decía, ni delante de quien estaba dijo:
-¡Oh, tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la
dulce prenda de mi mayor amargura!
Las tinajas del Toboso,
reconocidas por su estilo, le evocan a don Quijote la idea de Dulcinea, y
ocurre que en esta evocación, algo tan cotidiano y vulgar como unas tinajas, se
introducen en su retórica como “¡Oh, tobosescas tinajas…”, es decir, aunque no
le habla a las tinajas, sí las nombra como si pudieran oírle, y no son unas
tinajas cualesquiera, sino que el epíteto les confiere cierta autoridad… a unas
tinajas. No sé, me parece muy divertido. La sola mención a Dulcinea, hace que
don Quijote se abstraiga y empiece a volar.
CAPÍTULO XXII
Nuevamente don Quijote se
encomienda a Dulcinea antes de una misión.
Aquí empieza la deconstrucción,
el forcejeo ………………………….. hasta entonces Dulcinea no tenía referente
comprobable.
Don Quijote no puede ya mantener
su ideal lejos, a él mismo ya le va costando mantener al personaje, por eso
tiene que aceptar la tragedia del encantamiento. La misión ahora es intentar
reconstruir a su personaje, “Tengo que desencantarla”, tengo que RECREARLA. Los
atributos nuevos los tiene que aceptar con la sola idea de restituir los
originales, porque éstos no son los que él gestó para ella. Nuevas
características que tiene que destruir. Don Quijote ya no lucha por el ideal,
sino por la reconstrucción del ideal, que se le desmorona.
Antes de la cueva de Montesinos:
-¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par
Dulcinea del Toboso! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y
rogaciones de este tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego las
escuches; que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora
que tanto le he menester. Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el
abismo que aquí se me representa, sólo porque conozca el mundo que si tú me
favoreces no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe.
CAPÍTULO XXIII
Lo que pide Dulcinea mediante su
doncella es dinero. Me es difícil saber por qué rayos don Quijote hace que
Dulcinea le pida dinero. Aquí me surgen dos dudas, o dos vías posibles, que
tienen que ver con la clase de mentira que inventa. Por un lado está la
necesidad de Dulcinea, que se encuentra ciertamente en un aprieto con esto del
encantamiento. Y por otro, puede que este encantamiento la haya convertido en
mezquina.
-Conocíla –respondió don Quijote- en que trae los mesmos vestidos
que traía cuando tú me la mostraste. Habléla, pero no me respondió palabra;
antes me volvió las espaldas, y se fue huyendo con tanta priesa, que no la
alcanzara una jara (…) se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir,
una de las dos compañeras de la sin ventura Dulcinea , y llenos los ojos de
lágrimas, con turbada y baja voz me dijo: “-Mi señora D del T, besa a vuestra
merced las manos, y suplica a vuestra merced se le haga de hacerla saber como
está; y que, por estar en una gran necesidad, asimismo suplica a vuestra merced
cuán encarecidamente puede sea servido de prestarle sobre este faldellín que
aquí traigo de cotonía nuevo, media docena de reales, a los que vuestra merced
tuviere, que ella da su palabra de volvérselos con mucha brevedad.”
CAPÍTULO XXX
-Decidme, hermano escudero: este vuestro señor ¿no es uno de quien
anda impresa una historia que se llama del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la
Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal D del T?
CAPÍTULO XXXI
Por una parte Sancho es socarrón,
porque da un dato que es burla a todas luces, pero por otra quizás Sancho, dentro
de su tabla de valores, considere hermosa la agilidad, el hecho de que Dulcinea
esté sana y colorada.
(…) Y por mudar de plática y hacer que Sancho no prosiguiese con
otros disparates, preguntó la Duquesa a don Quijote que qué nuevas tenía de la
señora Dulcinea y que si le había enviado aquellos días algunos presentes de
gigantes o malandrines, pues no podía dejar de haber vencido muchos. A lo que
don Quijote respondió:
-Señora mía, mis desgracias, aunque tuvieron principio, nunca
tendrán fin. Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado, pero
¿adónde la habían de hallar, si está encantada, y vuelta en la más fea
labradora que imaginarse puede?
-No sé –dijo Sancho Panza-: a mí me parece la más hermosa criatura
del mundo; a lo menos, en la ligereza y en el brincar bien sé yo que no dará
ella la ventaja a un volteador: a buena fe, señora Duquesa, así salta desde el
suelo sobre una borrica como si fuera un gato.
CAPÍTULO XXXII
Reconstrucción de un ideal, que
es la razón de vivir, ante cuyo fin, don Quijote sólo puede desesperarse (no
resignarse) o luchar. El hecho es que todos le desdibujan al personaje.
-Sí hiciera, por cierto –respondió don Quijote-, si no me la hubiera borrado de la idea la
desgracia que poco ha que le sucedió, que es tal, que más estoy para
llorarla que para describirla; porque habrán de saber vuestras grandezas, que
yendo los días pasados a besarle las manos, a recebir su bendición, beneplácito
y licencia para esta tercera salida, hallé otra de la que buscaba: halléla
encantada y convertida de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en
diablo, de olorosa en pestífera, de bien hablada en rústica, de reposada en
brincadora, de luz en tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una
villana de sayago.
(…) porque quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los
ojos con que mira, y el sol con que se alumbra, y el sustento con que se
mantiene. Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el
caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin
cimiento, y la sombra sin cuerpo de quien se cause.
(…) y así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden
usar de sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren
quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo, y así, creo que
cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y
ocupada en tan bajo ejercicio como es el de ahechar trigo (…) y en ella se han
vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas, hasta
verla en su prístino estado.
CAPÍTULO XXXIII
Se descubre aquí el fingimiento
de Sancho, y que le ha salido mal, el Destino lo ha querido así, que saliera
mal.
Dice la Duquesa:
Tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación
que Sancho tuvo de burlar a su señor, y darle a entender que la labradora era
Dulcinea (…) toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don
Quijote persiguen (…) yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco
sobre la pollina, era y es Dulcinea del Toboso (…)
Dice Sancho:
Yo fingí aquello, por escaparme de las riñas de mi señor don
Quijote, y no con intención de ofenderle: y si ha salido al revés, Dios está en
el cielo, que juzga los corazones.
CAPÍTULO XXXV
La falsa Dulcinea habla de blanda
penitencia (¡blanda penitencia, tres mil y trescientos azotes!). Sancho se
encuentra ciertamente en un brete, porque se supone que ha hecho mucho daño. La
Duquesa es pérfida, es un personaje odioso. Puede que Sancho vea en todo esto
la burla, pero el objetivo principal es cómo escapar de tamaño castigo.
-¡Oh, malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de
alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas! Si te mandaran, ladrón,
desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo, si te pidieran,
enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos
y tres de culebras, si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos
con algún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras
melindroso y esquivo (…) por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que
la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera
sino tu rígida o blanda respuesta, o para salirse por la boca, o para volverse
al estómago.
CAPÍTULO XLIV
Es enternecedor este momento de
don Quijote. El hecho de que crea que Altisidora pretende algo de él, y
nosotros sepamos que no es otra cosa que burla, hace que nos pongamos de su
parte, (algo que se ha señalado en clase multitud de veces). Además me acuerdo
de Galiardo interpretando (tan bien) al personaje, tan despeinado y anciano. Me
remite a la parodia de “La Venganza de Don Mendo” en que se dice algo así como
“Ay infeliz del varón, que nace cual yo tan guapo”. Uno se debate entre la risa,
la ternura y la pena.
El caso es que don Quijote, hace
una negación de las demás mujeres. Él no quiere que lo distraigan de su tema.
Porque también pasa que Dulcinea le falla cuando se la extraen del mundo
literario y la meten en la vida; y lo cierto es que don Quijote tan sólo quiere
volver al ideal.
Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando don
Quijote sintió su soledad, (…) Conoció la Duquesa su melancolía y preguntóle
que de qué estaba triste, que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos,
dueñas y doncellas había en su casa, que le servirían muy a satisfación de su
deseo. (…)
-Para mí –respondió don Quijote- no serán ellas como flores, sino
como espinas que me puncen el alma. Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa
que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante
el hacerme merced sin yo merecerla, déjeme que yo me las haya conmigo, y que yo
me sirva de mis puertas adentro; que yo ponga una muralla en medio de mis
deseos y de mi honestidad; y no quiero perder esa costumbre por la liberalidad
que vuestra alteza quiere mostrar conmigo. Y, en resolución, antes dormiré
vestido que consentir que nadie me desnude.
¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber
doncella que me mire que de mí no se enamore…! ¡Que tenga de ser tan corta de
ventura la sin par Dulcinea del Toboso,
que no la han de dejar a solar gozar de la incomparable firmeza mía…! ¿Qué la
queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis,
doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe,
se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y
entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de
pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es
la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás,
las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no
de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. (…)
CAPÍTULO LVI
-¡Oh, señor! –dijo Sancho-, que ya tienen estos malandrines por uso
y costumbre de mudar las cosas, de unas en otras, que tocan a mi amo. Un
caballero que venció los días pasados, llamado el de los Espejos, le volvieron
en la figura del bachiller Sansón Carrasco, natural de nuestro pueblo y grande
amigo nuestro, y a mi señora Dulcinea del Toboso la han vuelto en una rústica
labradora (…)
Con esa caradura habitual, Sancho
se quita la culpa del encantamiento de Dulcinea. Sancho ha sido verdaderamente
el sabio encantador.
CAPÍTULO LIX
En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué
nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso: si se había casado, si estaba
parida, o preñada, o si, estando en su entereza, se acordaba (guardando su
honestidad y buen decoro) de los amorosos pensamientos del señor don Quijote. A
lo que él respondió:
-Dulcinea se está entera; y mis pensamientos, más firmes que nunca;
las correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez
labradora transformada.
CAPÍTULO LX
Don Quijote sufre un acceso de
locura.
Apeáronse de sus bestias amo y mozo, y acomodándose a los troncos
de los árboles, Sancho, que había merendado aquel día, se dejó entrar de rondón
por las puertas del sueño; pero don Quijote, a quien desvelaban sus
imaginaciones mucho más que el hambre, no podía pegar sus ojos; antes e iba y
venía con el pensamiento por mil géneros de lugares. Ya le parecía hallarse en
la cueva de Montesinos; ya ver brincar y subir sobre su pollina a la convertida
en labradora Dulcinea; ya que le sonaban en los oídos las palabras del sabio
Merlín, que le referían las condiciones y diligencias que se habían de hacer y
tener en el desencanto de Dulcinea.
CAPÍTULO LXII
Tendrá de golpe todas las
venturas.
-A lo de la cueva –respondieron-, hay mucho que decir: de todo
tiene; los azotes de Sancho irán de espacio; el desencanto de Dulcinea llegará
a debida ejecución.
-No quiero saber más –dijo don Quijote-; que como yo vea a Dulcinea
desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a
desear.
CAPÍTULO LXIV
Otro caballero aparece, y es
Sansón, que esta vez no pierde el tiempo inventando otra dama, ya no importa
quién ésta sea, sólo quiere obtener la declaración por parte de don Quijote de
su retirada, y del fin de sus caballerescas andanzas.
La reacción del vencido Caballero
de la Triste Figura en este caso es opuesta a la del otrora vencido Caballero
del Bosque, porque don Quijote es un personaje valiente (en este sentido es un
verdadero caballero –andante-). Es aquí donde entendemos el título de Caballero
de los Leones, momento en que pudimos admirar la gallardía de don Quijote (al
margen de que los leones resultasen ser no precisamente fieros). Aquí está de
nuevo lo medieval de la honra. “Por la honra pon la vida”, si el caballero
pierde la honra, pierde su modo de vida, y la única finalidad del caballero es
la guerra, sin la cual habrá muerto. Sólo tiene posibilidad de vivir el
caballero dentro de su grupo. Aquí está también el triunfo moral de don
Quijote. Aquí muere el caballero, y aquí vive el ideal del personaje.
-(…) yo soy el caballero de la Blanca Luna (…) vengo a contender
contigo, y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte conocer y
confesar que mi dama, sea quien fuere,
es sin comparación, más hermosa que tu Dulcinea del Toboso.
-(…) yo osaré jurar que jamás habéis visto a la ilustre Dulcinea;
que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda,
porque su vista os desengañará de que no ha habido ni puede haber belleza que
con la suya compararse pueda.
-Vencido sois, caballero, y aun muerto si no confesáis las
condiciones de nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si
hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
-Dulcinea del
Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de
la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta,
caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.
-Eso no haré yo, por cierto –dijo el de la Blanca Luna-: viva, viva
en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso; que
sólo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año, o
hasta el tiempo que por mí le fuere demandado, como concertamos antes de entrar
en esta batalla.
CAPÍTULO LXVII
Han ido deshaciendo el camino
hecho, y llegan al lugar donde fueron atropellados por los toros, y don Quijote
empieza a vislumbrar una nueva vida.
Siempre hay un discurso de salida
para don Quijote. Ahora es el momento en que empieza la novela pastoril. En
este nuevo mundo literario, no le hace falta a don Quijote modificar la
naturaleza de Dulcinea, por tanto no la reconstruye, dado que es un ideal que
sigue siendo válido. El valor de la dama sigue siendo ese aglutinar
características que la hacen virtuosa, y Dulcinea lo era en extremo.
Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser
derribado, muchos más le fatigaron después de caído.
-Mira, Sancho –dijo don Quijote-, mucha diferencia hay de las obras
que se hacen por amor a las que se hacen por agradecimiento, bien puede ser que
un caballero sea desamorado; pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea
desagradecido. (…) yo no tuve esperanzas que darle ni tesoros que ofrecerle,
porque las mías las tengo entregadas a Dulcinea, y los tesoros de los caballeros andantes son, como los de los duendes,
aparentes y falsos, y sólo puedo darle estos acuerdos que de ella tengo,
sin perjuicio, pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tú agravias con la
remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes.
Las pastoras de quienes hemos de ser amantes, como entre peras
podremos escoger sus nombres, y pues el de mi señora cuadra así al de pastora
como al de princesa, no hay para qué cansarme en buscar otro que mejor le
venga, tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieres (…)
Yo me quejaré de ausencia, tú te alabarás de firme enamorado (…)
CAPÍTULO LXVIII
Surgen nuevas funciones, en este
caso la Poesía. En este momento se ha montado don Quijote un nuevo universo. Un
nuevo escenario, unos animales nuevos, un nuevo nombre, una nueva misión. Un
nuevo paisaje alegórico y literario, en que el fin será otra vez la Fama,
“hacernos eternos y famosos en los venideros siglos”.
Tras fracasar como caballero
andante, decide ser literariamente otra cosa. Lo que hay en ese momento en don
Quijote es la reconversión de una crisis existencial. Hay una herida abierta, y
se trata de que cicatrice. Después de la decepción, llega la recreación.
Cualquiera, tras un conflicto o crisis, recompone su manera de pensar. Y el
modo de pensar de don Quijote es literario, por lo tanto el mecanismo de
defensa psicológico también lo es.
-Duerme tú, Sancho –respondió don Quijote-, que naciste para morir;
que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día daré rienda
a mis pensamientos, y los desfogaré en un madrigalote, que, sin que tú lo
sepas, anoche compuse en la memoria.
Cada verso destos acompañaba con muchos suspiros y no pocas
lágrimas, bien como aquel cuyo corazón gemía traspasado con el dolor del
vencimiento y con la ausencia de Dulcinea.
CAPÍTULO LXX
Don Quijote a Altisidora:
-Muchas veces os he dicho, señora, que a mí me pesa de que hayáis
colocado en mí vuestros pensamientos (…) yo nací para ser de Dulcinea del
Toboso, y los hados (si los hubiera)
me dedicaron para ella (…)
CAPÍTULO LXXI
-¡Oh Sancho bendito! ¡Oh Sancho amable!, y cuán obligados hemos de
quedar Dulcinea y yo a servirte todos los días que el cielo nos diere de vida!
Si ella vuelve al ser perdido (que no es posible sino que vuelva), su desdicha
habrá sido dicha, y mi vencimiento, felicísimo triunfo.
CAPÍTULO LXXII
Sancho ya es azotado (o eso le parece),
con lo que la esperanza de don Quijote con respecto a Dulcinea es poder
encontrársela desencantada.
Aquel día y aquella noche caminaron sin sucederles cosa digna de
contarse, si no fue que en ella acabó Sancho su tarea, de que quedó don Quijote
contento sobremodo, y esperaba el día, por ver si en el camino topaba ya
desencantada a Dulcinea su señora; y siguiendo su camino, no topaba mujer
ninguna que no iba a reconocer si era Dulcinea del Toboso, teniendo por
infalible no poder mentir las promesas de Merlín.
CAPÍTULO LXXIII
Pero tras esta señal de mal
agüero, don Quijote empieza a perder definitivamente la esperanza. Es
interesante intentar colarse uno en los pensamientos de don Quijote, ¿cuáles
serán? Algo así como “esto que está sucediendo, tiene el significado que yo le
tengo que dar”. En parte es él mismo quien mata a Dulcinea, y a toda costa debe
ser una muerte literaria, porque la previa transformación de la dama en
pastora, la conduce irremediablemente a su destrucción final.
A la entrada del cual (de su pueblo) según dice Cide Hamete, vio
don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos, y el uno
dijo al otro:
-No te canses, Periquillo; que no la has de ver en todos los días
de tu vida.
Oyólo don Quijote, y dijo a Sancho:
-¿No adviertes, amigo, lo que aquel mochacho ha dicho: “no la has
de ver en todos los días de tu vida”?
-Pues bien, ¿qué importa –respondió Sancho- que haya dicho eso el
mochacho?
-¿Qué? –replicó don Quijote-. ¿No vees tú que aplicando aquella palabra a mi intención, quiere significar que no
tengo de ver más a Dulcinea?
-Extraño es vuesa merced –dijo Sancho-; presupongamos que esta
liebre es Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los
malandrines encantadores que la transformaron en labradora, ella huye, yo la
cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la
regala: ¿qué mala señal es ésta, ni qué mal agüero se puede tomar de aquí?
“Eso está de molde”, viene a
significar “eso es de libro”, en tanto que molde es imprenta.
-Eso está de molde
–respondió don Quijote-, puesto que yo estoy libre de buscar nombre de pastora
fingida, pues está ahí la sin par D del T, gloria destas riberas, adorno destos
prados, sustento de la hermosura, nata de los donaires, y, finalmente, sujeto
sobre quien puede asentar bien toda alanbanza, por hipérbole que sea.
-Así es verdad –dijo el Cura-, pero nosotros buscaremos por ahí
pastoras mañeruelas, que si no nos cuadraren, nos esquinen.
A lo que añadió Sansón Carrasco:
-Y cuando faltaren, darémosles los nombres de las estampadas e impresas,
de quien está lleno el mundo: Fílidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas y
Belisardas; que pues las venden en las plazas, bien las podemos comprar
nosotros y tenerlas por nuestras. Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora,
por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de Anarda; y si
Francisca, la llamaré yo Francenia; y si Lucía, Lucinda, que todo se sale allá;
y Sancho Panza, si es que ha de entrar en esta cofradía, podrá celebrar a su
mujer Teresa Panza con nombre de Teresaina.
Rióse don Quijote
de la aplicación del nombre, y el Cura le alabó infinito su honesta y clara resolución, y se
ofreció de nuevo a hacerle compañía todo el tiempo que le vacase de atender a
sus forzosas obligaciones. Con esto, se despidieron dél, y le rogaron y
aconsejaron tuviese cuenta con su salud, con regalarse lo que fuese bueno.
Y es ahora don Quijote quien se
ríe, cuando lo ha hecho él todo el tiempo.
CAPÍTULO LXXIV
Don Quijote mismo ha destruido
completamente al personaje. Perdón, Alonso Quijano acaba de destruir a don
Quijote. Y ahora se hace presente la absoluta quijotización de Sancho Panza,
que rescata a Dulcinea. El tema que queda abierto es el de la vida por un
ideal.
Apenas los vio don Quijote cuando dijo:
-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote
de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de
Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula, y de toda la infinita caterva de su
linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante
caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas
leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las
abomino.
Le dice Sancho:
Mire no sea perezoso, si no levántese desa cama, y vámonos al campo
vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata
hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver.
Si es que se muere de pesar de verse vencido écheme a mí la culpa, diciendo que
por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron (…)
-Señores –dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los
nidos de antaño no hay pájaros o gaño. Yo fui loco, y ya soy cuerdo: fui don
Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.
La realidad llega a través de una
señal, quizás esto sea algo propio de las novelas de caballeros andantes. En el
momento en que recibe esa señal, don Quijote pierde la fe y la razón de vivir.
Dulcinea nació como mecanismo necesario, y se convirtió en una razón. En toda
la construcción de don Quijote, esa dama ideal fue alguien por quien hacer las
cosas. En ese mecanismo de creación de una divinidad, Dulcinea fue creada para
ser adorada.
Cuando se construye la persona,
se separa el Yo del Mundo. El mundo de un niño no está diferenciado, el niño
percibe las cosas que le pasan, que son sencillamente sentidas y aprovechadas.
Con la evolución, con el tiempo, el mundo deja de obedecer siempre lo que se
quiere. Lo que sea que yo quiero, se va interiorizando en lo que supone una especie
de censor que modela mi conducta, que es una de las cosas que me habitan.
Cuando vivo las cosas, es como si creara un personaje, y el arquetipo es la
divinidad, que no es algo diferente de mi propia historia.
Dulcinea juzgó sus obras, y el
objetivo era la admiración hacia don Quijote. Pero sin Dulcinea no hay don
Quijote. El último intento de revivirla fue convertirla en pastora, una vida
que en cualquier caso no es la vida aventurera que él soñó.