sábado, 24 de septiembre de 2011

LA KERMESSE HÉROIQUE de Jacques Feyder

Retrata la invasión española en el siglo XVII (año 1616). En esta película podemos ver ejemplos del arte flamenco, tanto en Arquitectura como en Pintura, y ese aire doméstico que lo caracteriza. También en el aspecto de hombres y mujeres del pueblo (sobre todo las mujeres, tan rubias). El pueblo retrata a la perfección el carácter público de calles y plazas, donde las actividades se entrecruzan con naturalidad. Podría tratarse de Brujas en Bélgica, o de Delft en Holanda.
 

En este largometraje no hay arquitecturas construidas ni escenarios naturales. Se trata de maquetas en las vistas generales y en paisajes, y de escenarios pintados. Se utiliza la técnica de las perspectivas en reducción –lo que está en primer plano es más grande que lo que se supone lejano-, de este modo se consigue la sensación de infinitud.

Empieza la película con la entrada en la villa, atravesando los dos torreones de ladrillo de la puerta. Torreones que parecen construidos, aunque sabemos que no lo están.

Nos acercamos al pueblo, con sus casas y el canal (artificiales). El ritmo de lo cotidiano nos sumerge en la trama. Es un día de fiesta, y no faltan los estandartes, los carros cargados de cosas, las bayonetas. Se retrata una aristocracia de comerciantes, donde el carnicero va vestido con mucho lujo. Asan pollos, bañan a una niña… sin paños calientes, el realismo de un hogar en que todo el mundo tiene prisa, la madre (personaje que se nos muestra con mucha fuerza desde el principio) dice cosas como: “Siska, pela bien las patatas” (algo que dice cualquier madre y que tiene que ver con la economía doméstica) o “sécale bien los pies”. Pero en esta casa hay también una perfección en los objetos habituales; las cortinas, la orfebrería, las telas…

Observamos la técnica de Brueghel, que tiene un aprendiz niño mezclando los colores. Mientras posan los señores, todos juntos y ataviados con sus mejores galas. Recuerda el modo de componer de algunos pintores flamencos, como Rembrandt o Vermeer, que reparaban mucho en el escenario interior. Cualquier detalle estaba estudiado al milímetro. Una jarra o los pliegues de un mantel eran cuidadosamente dispuestos. En las obras de estos pintores barrocos no sobra nada, todo lo pintado fue tenido en cuenta para equilibrar la composición. Esto es fundamental para entender la atmósfera deliberadamente cotidiana de este arte burgués. Probablemente gracias a ellos se han podido reconstruir con tanta exactitud las cosas en películas como ésta.

Sólo posan juntos una vez, eso dicen en la película. El resto de las sesiones podrán hacerlas cada uno por separado. El grupo de gentilhombres posa como se hacía en aquel momento. Unos sentados y otros de pie, en actitud más o menos natural, pero todos ellos muestran su rostro, todos miran al pintor. El burgomaestre en posición privilegiada, en el centro. Tampoco falta el estandarte (que porta el carnicero). El lienzo tiene una dimensión considerable. (Los retratados hacen crítica del cuadro, que si el Greco, que si la Escuela veneciana…)

Las vestimentas de los hombres, impecables. Esos sombreros troncocónicos, con el ala ancha. Los grandes bigotes, las golillas historiadas, petos ajustados con cinturón, y mangas amplias. Pero lo más amplio, los pantalones en su parte central. Parece que llevan pañales. Y cortos por debajo de la rodilla con los puños apretados, las calzas y los zapatos de solapa.


Los ejemplos de arquitectura interior son muchos. Predomina la madera sobre otros materiales. Como ejemplo, la escalera de caracol (piedra con la que tropezará dos veces el carnicero). En el exterior, las celosías, los ladrillos. Y alguna curiosidad, como el “lavabo” en el salón. Las carpinterías de madera en los marcos y plomo entre los pequeños paños de vidrio hexagonales. Las puertas de los armarios recuerdan algunas manifestaciones de arte doméstico como los trípticos flamencos, labradísimos. Las vigas de madera parecen reales, porque responden a un orden estructural lógico. También hay un armario de madera, con unas molduras ocupando todo el paño, que reproducen una bóveda concrecionada, lo que me parece muy interesante. Es la manifestación de la Arquitectura en los muebles.

Durante la recreación del día de mercado, donde se muestran buenos datos acerca de la gastronomía local, como el cordero abierto en canal, y los arenques colgados. Entonces llegan los bárbaros españoles a todo trote, con modales amenazadores.

Ante la escalera del Ayuntamiento habla la mujer del burgomaestre. Como si estuviese en un Parlamento, se halla flanqueada por unas estatuillas que reproducen unos leones, en el frente de la balaustrada. Este escenario le da confiere autoridad. Las mujeres asumen el mando: “¿Conocéis todas vuestro cometido? ¡Pues dispersaos!”

En la habitación de los señores hay una gran cama con dosel, que denota un cierto nivel económico. En este escenario encorsetan a la señora, puede verse el tedioso proceso que suponía la vestimenta. Los encajes, las golillas, los vestidos con armadura interior, que proporcionaban unas grandes caderas y unos andares majestuosos. Las alhajas de la señora, sobresalen del cuello rectangular del vestido.

En cuanto a lo escenográfico de los exteriores, hay cosas interesantes, como el molino (enfoscado, y no de ladrillo, como suelen ser los molinos en los Países Bajos), la gran puerta de la ciudad con un puente que no es levadizo (que quizás indica el bajo grado de belicismo en estos pueblos). Y el ambiente es muy velazqueño, con la invasión española llega lo insólito y lo lúdico: el cura (con un aspecto poco recomendable), el enano y su monito, el aristócrata pagado de sí mismo (el Conde Duque de Olivares con sus collares), y unos soldados un poco bestias.

Hay un momento pictórico intencionado. Los españoles con sus armas, a las puertas del pueblo. Es “La Rendición de Breda” de Velázquez. Todos, españoles y flamencos con su lanza en pie, vertical (en el cuadro casi todas las lanzas son verticales salvo unas pocas). También hay algo de ese cuadro en la actitud cordial.


Con los españoles llegan el verdadero desorden y los excesos. Ellos –casi mercenarios, o al menos sujetos un poco perniciosos- que antes rechazaron la cerveza por preferir el vino, no la desdeñan en la taberna, y beben de sus cascos. Beber del casco quiere decir ganas de juerga… y la van a tener.

Flandes debió repoblarse con la llegada de los españoles. Las escenas de las sombras y los reflejos de los cristales emplomados, permiten que el espectador suponga y sepa lo que ocurre tras ellos al cerrarse las cortinas. Esta película sugiere muchas cosas de una manera muy elegante.

La posada tiene un hogar cerámico, también una baranda muy sencilla. La disposición de la mesa tiene que ver con los Bodegones, y la distribución escenográfica con “La Última Cena” de Leonardo, y un tenderete de mercado. También hay un cuadro de Brueghel con unos músicos tocando, que recuerda a los que aparecen en esta película. Y el abanico, invento traído de España. En fin, un despliegue de elementos que nos introduce en la fiesta.

 
















Al enano se le permite decir “este Erasmo es un rompeculos”. El monito que llevan, manifiesta el gusto por lo exótico y los viajes. Gran fiesta con su baile tipo conga de la mano, es un acontecimiento lúdico que poco tiene que ver con las iniciales intenciones bélicas.

Insisto, cuesta creer que los exteriores sean decorados -el canal debe tener unos diez metros de anchura-. Se ve gente asomada en las ventanas, pero lo que parecían maniquíes en un principio, no lo son. Son personas (mujeres) que se mueven, lo que implica que por detrás de esa fachada continua debe haber un serio andamiaje. Los pavimentos (especialmente el de la plaza del ayuntamiento) son adoquines de verdad, piezas mampuestas independientes unas de otras. Los solados interiores son también fastuosos, y también los techos son muy interesantes, con bóvedas de cañón de madera.

Los decorados no terminan en un plano de pared, sino que se prolongan las perspectivas. Desde el punto de vista tenemos casi todo el tiempo conocimiento de otros puntos muy lejanos, recurso inteligente de Lazare Meerson para no perder la idea de profundidad, que es continua.

diseños de Lazare Meerson para el filme, 1935


Los enamorados planean matarse con un puñal o con veneno en una “góndola” veronesa, quizás la herencia de Romeo y Julieta. Y el “Apropiaos de las rosas de la vida”, de Pierre de Ronsard; el hedonismo, el Tempus Fugit, el Carpe Diem. Este filme bebe de fuentes tanto pictóricas como literarias. Hay escenas costumbristas, como la de los jugadores de dados, y referencias a otras obras, como “La Ronda Nocturna” de Rembrandt.

El único momento en que algo parece una maqueta, si se tienen conocimientos constructivos o una intuición especial para las estructuras, es la torre del campanario, cuya cubierta se sujeta con unos pilarcillos extremadamente esbeltos. Quizás, en ocasiones, se intuye la maqueta en algo que falla en la perspectiva, el tamaño -técnica de reducir el tamaño de lo lejano- o la posición.

Los paisajes de los Países Bajos son asombrosamente planos. Éstas son las regiones de los lejanos horizontes y los cielos grandísimos. Sigo pensando que no son maquetas, y, de serlo, son perfectas. Sólo el hecho de no ver infraestructuras modernas me lleva a creer que no lo son.


Si la película empezaba con la entrada a la villa, llega a su término con la salida española, donde podemos contemplar las dos torres de la puerta desde el lado opuesto. Algo que me parece muy interesante, porque es como si realmente hubiésemos estado en el pueblo.

marta guirado


sábado, 17 de septiembre de 2011

LA BATALLA DE ARGEL de Gillo Pontecorvo




 


















En un interior alicatado mugriento, un argelino acaba de ser torturado a manos del ejército francés. Salimos en una carrera trepidante de los soldados franceses por las azoteas de la Casbah. Hay un gran desnivel entre la zona alta y la baja de la ciudad fortificada. Podría recorrerse esa ciudad a través de las cubiertas, que se concatenan sin interrupción mediante desniveles y pequeñas escalinatas.

Desde la alcazaba, hay una magnífica vista de esta ciudad europea. La de los boulevares y las grandes avenidas, la de las plazas inmensas, la de las perspectivas lejanas. La ciudad en la que caben los coches. La ciudad de la calle corredor occidental, calles con planos verticales –fachadas- y con superficies horizontales –viario y aceras-.

La Casbah es otra cosa, las calles son estrechas (calculo metro y medio en alguna de ellas) y tortuosas, casi interiores, con túneles, escaleras en rampa… En los edificios hay balcones a lo andaluz, y patios hacia dentro. Todo está bastante viejo. Bonitos embaldosados islámicos, con figuras geométricas formando mosaicos de aire caleidoscópico. La Casbah se contempla allí arriba, toda amontonada y blanca. Tradicionalmente, la islámica es la ciudad que se resguarda del sol, con una sección tan alta y estrecha que se acaba in-virtiendo, en un intento de darse sombra a sí misma y respirando su aire interior, buscando las ventilaciones cruzadas mediante patios. Normalmente en estas fachadas los huecos son muy pequeños, y se manifiestan al exterior en balcones, mientras los del patio son paramentos permeables a las corrientes.

Las calles de la Casbah, adoquinadas y en la mayoría de los casos empinadísimas, son muy estrechas en proporción a la altura de los edificios. Algo que me llamó la atención del casco histórico de Oporto, fue la dimensión de las calles, porque comparativamente con los cascos viejos españoles tienen unas fachadas enormes. La mayoría de los edificios cuentan con unas cinco plantas, mientras que el trazado de la calle cumple la función de los antiguos modos de vida en, a lo sumo, tres plantas. Oporto también se agarra a una fuerte ladera, con lo que las pendientes son importantes, y sus calles se ven recorridas continuamente por escaleras y rampas italianas (rampas escalonadas). Exactamente como ocurre en esta Casbah, las fachadas se pelean por manifestarse en la línea de calle, y la sensación es de invasión de lo público, como si quisiesen asomarse, con esas empalizadas oblicuas de madera cuyo objeto desconozco, aunque me sugieren ser soporte de voladizos, a modo de canecillos.

En la tela de araña que constituye la Casbah, el ritmo es trepidante. Hombres, mujeres y niños (muchos niños) ocupando el espacio en un trajín incesante. Acaso sea importante añadir que el espacio entre la gente es mínimo, hay un contacto continuo entre los viandantes. En Europa no suele ocurrir esto, el peatón tiene su propio espacio, y ésta es una cuestión de psicología ambiental, porque cuando alguien se me acerca al pie de un semáforo, tiendo a separarme, como ocurre en un ascensor. 



La piel, el vestido, el entorno inmediato, lo que está al alcance de la mano, al alcance de la vista… el ser humano vive rodeado de una serie de límites sucesivos. Nada parece terminar en un lugar preciso, porque todo tiene sus prolongaciones. Cuando nos movemos en coche, tendemos a tomar esa cápsula como una extensión de nuestro propio cuerpo. Hay teorías acerca del derecho del individuo a tener su propio espacio. Cuando están dentro de un ascensor personas que no se conocen, se mantiene una tensión incómoda que tiene que ver con la agresión que supone el rebasar límites. ¿Es el felpudo de mi casa realmente mío? Si veo a alguien invadiéndolo, me inquieta. Tradicionalmente en el Urbanismo occidental existe una distancia a linderos de 3 metros desde la que no se puede atacar al vecino con un palo. Tierra de nadie para que no la ocupe nadie. Cuando se acerca al lindero, el individuo deja de tener la soberanía, o ésta se convierte en incompleta. De ese modo, el borde es una frontera simbólica que implica la seguridad para ambas partes. 

Cuando el borde es frontera, ésta es imaginaria pero con distintos grados de incertidumbre. Y la cuestión del límite surge nuevamente, teniendo el estado policial en la calle, con verdaderas zonas atrincheradas, que separan las zonas francesa y argelina, mediante alambres de espino.


La cárcel. Un espacio gigante con largos corredores, y una plataforma de control desde la que se vigila a los presos. (la configuración ortodoxa de cárceles, el Panopticón, con las galerías de celdas distribuidas radialmente y el espacio de vigilancia en el centro). El sistema constructivo es a base de vigas metálicas en celosía. El patio, con un paredón de gran altura donde se ejecuta a los reos (Pontecorvo omite mostrar la ejecución de uno de ellos); y las paredes con los huecos diminutos.

Los interiores en casi todas las ocasiones me parecen muy vacíos. Pero en el burdel no ocurre así, parece haber un afán por un cierto exceso. Hay muchos mosaicos tanto en paredes como en suelos, y no son necesariamente iguales, más bien al contrario, hay gran variedad de modelos, como si existiese la necesidad de desplegar un amplio repertorio formal. Sin duda es un lugar para el placer carnal y el goce estético.

Durante la escena de la boda, podemos admirar la belleza de la casa islámica. La casa-patio, que mira hacia dentro, con el orden superpuesto que constituye la planta baja de muro masivo macizo, la segunda con una sucesión de arcos apuntados que da la vuelta al perímetro (observemos los capiteles, con un estilo a medio camino entre Oriente y Occidente), y finalmente la naturaleza arriba, con superficies aterrazadas llenas de flores.

Los edificios de la ciudad europea, en alguno de los casos recuerdan al Le Corbusier de Chandigarh o a arquitecturas posteriores de Bakema y Candilis, en el uso del hormigón, y en el tipo de ventanas con brise soléil. Esta ciudad tiene cierto carácter de provisionalidad, quizás rasgo común de las colonias. A veces da la sensación de ciudad a medio hacer. También hay grandes espacios de tránsito rodado (para camiones, como se ve) en las inmediaciones del cuartel y en las del hospital.

La alcazaba es una ciudad dentro de una ciudad, aunque en este caso la Casbah permanece aparte. Funciona al margen de la ciudad francesa, y con otra manera de transitar, otros flujos y otras velocidades.

La francesa está ajardinada con hileras de arbolado (que ayuda a casar la escala del peatón con la edificada, valiendo como parapeto ambiental que esponja la relación entre calle –público- y edificios –privado-). La francesa es también la ciudad modulada, con series de arquerías y un ritmo que articula el conjunto, dando como resultado fachadas unificadas. Mientras en la Casbah reina el desorden ambiental, amén del laberinto que supone una estructura en red, contra la retícula de las ciudades occidentales.

La cuestión más humana, la del aspecto de la gente. Sobre todo las mujeres, mientras las francesas llevan indumentarias a lo Audrey Hepburn, la mujer musulmana se tapa con túnicas de arriba a abajo. Me parece pertinente señalar la pesadumbre que les causa cambiar su aspecto cuando se disfrazan de europeas, y reivindicar la libertad en el uso de los atavíos propios de cada cultura, fuera de las valoraciones occidentales que tienden a menospreciar a las demás culturas y a despreciar el velo. La autonomía de un pueblo que quiere ser soberano, y la libertad individual de elegir el propio aspecto son derechos fundamentales. También cabe destacar la belleza de estas mujeres (Halima es guapísima).

La Casbah es una ciudad sitiada a la que no se puede acceder a partir de cierta hora de la noche, debido a los atentados y a las cadenas de explosiones, que vienen de ambas partes. La OAS y el FLN utilizan los mismos métodos. Así, resulta que a una noche de emboscadas francesas, sigue una mañana en que la aparece parte de la Casbah destruida, en un mar de muertos, sillares, uralitas y pequeños fuegos por los suelos…el terrorismo de Estado arrasa con la población civil indiscriminadamente. Parece lógico legitimar la resistencia de un pueblo que quiere defender su propio territorio y a su población. Esta película (a caballo entre el documental y la ficción) muestra una simpatía evidente hacia el oprimido, y aunque no es maniquea, hay alguna trampa que refuerza el principio de complicidad con el autor (como la brutal paliza al niño o la persecución al anciano). El retrato de estos hechos denuncia el comportamiento humano en situaciones de tensión.

También merece prestar atención al diferente modo de vida de europeos y africanos. La ciudad europea tiene espacios interiores de ocio, y los jóvenes se divierten bailando en locales abiertos a la calle. Algo inconcebible en la Casbah, cuyos espacios para el solaz son los patios interiores, y en ningún caso se manifiestan en fachada.

La banda sonora (de Ennio Morricone) es sobrecogedora, la melodía más trágica suena dos veces, en dos de los atentados perpetrados por ambos bandos.

En medio de esa gran plaza de la ciudad occidental, que bien podría ser una Plaza Mayor, o cualquiera de las del ensanche de París, aparece un gran artefacto blanco. Es la llamada Mezquita de los Pescadores, edificio cruciforme de época turca (siglo XVII), cubierta por bóvedas de cañón con una cúpula central sobre pechinas y arcos de medio punto, y un minarete cuadrado de tipo norteafricano. En Argel conviven pacíficamente las religiones islámica y cristiana, no son problemas religiosos los que atañen a esta película-documental, sino sociales y nacionales. Es la historia del colonialismo y la opresión sobre los pobres, la historia de una cultura que pisa a otra.

Dice Kevin Lynch en su libro “Imagen de la Ciudad”: “Una imagen eficaz requiere, en primer término, la identificación de un objeto, lo que implica su distinción con respecto de otras cosas, su reconocimiento como entidad separable. A esto se le da el nombre de identidad, no en el sentido de igualdad con otra cosa sino con el significado de individualidad o unicidad. En segundo término, la imagen debe incluir la relación espacial o pautal del objeto con el observador y con otros objetos. Por último, este objeto debe tener cierto significado, práctico o emotivo, para el observador. El significado es asimismo una relación, pero se trata de una relación completamente diferente de la espacial o pautal.”

Pues bien, la ciudad europea es la retícula en la que el observador se orienta fácilmente, llena de signos y referencias: plazas, encuentros de calles y edificios singulares. Es posible analizar esta ciudad en términos de identidad de forma y claridad de posición. La imagen ambiental puede ir más lejos y actuar como organizador de la actividad.

Y sigue Lynch: “Al observador se le puede proporcionar un diagrama simbólico de cómo está dispuesto el mundo, mediante un mapa o una serie de instrucciones por escrito. En la medida que pueda ajustar la realidad al diagrama, cuenta con una clave para la conexión entre las cosas (…)”. La Casbah es lo contrario. Es un espacio anónimo, no identificable, con calles-conducto sin nombre. La ciudad donde no existe el concepto de fachada como elemento singularizador. Un verdadero laberinto para aquél que no la haya vivido, porque no hay posibilidad (o al menos hay dificultad) de seleccionar un elemento entre una multitud de posibilidades. Si se desordenan los símbolos, el individuo está perdido, figurada y literalmente.

marta guirado